viernes, 17 de septiembre de 2010

Imaginemos

Imaginemos, por un momento, que nuestra pareja no es del mismo lugar que nosotros, sino de otro mucho más alejado, en el que vivió durante 32 años.

Imaginemos, también, que desde hace 4 años su horario de trabajo no se corresponde con el habitual, sino que trabaja seis días seguidos y descansa dos, en ciclos de 10 semanas. Como consecuencia, tras esas 10 semanas suele tener de tres a cuatro semanas de descanso.

Imaginemos que es responsable y que se siente responsable de su familia, porque durante muchos años ha sido quien ha conservado la cordura en un mundo de adultos infantilizados e inconscientes.

Imaginemos que el peso de la responsabilidad, del amor y del hastío por su trabajo le impulsa a emplear más de la mitad del tiempo que tiene para descansar en ir a visitar a esa familia díscola que tiene.

Imaginemos, también, por un momento, que nosotros no hemos querido hacer comentarios, ni entorpecer estos deseos (y no me refiero a guerra abierta; hay muchos sistemas de chantaje emocional para tratar de que alguien haga lo que tú quieres), pese a que preferiríamos mil veces que se quedara con nosotros, porque entendemos que es muy egoísta hacerle pasar sola la mayor parte del tiempo mientras nosotros estamos trabajando, para después disfruta de su compañía unas horas al final del día…

Imaginemos, por supuesto, que a nuestra madre esto no le ha hecho nunca mucha gracia, y desde que habéis contractualizado vuestra situación no entiende “cómo se lo permites” y por qué no insistes en que se quede (como si a las personas adultas pudiera uno manejarlas según sus deseos, por el mero hecho de que han decidido convertirse en tu familia).

Nosotros nunca hemos querido forzar su estancia, aunque le echemos mucho de menos, sobre todo a partir de la segunda semana de ausencia, y esa tristeza se nos note unos días antes de su partida, como es natural. Entendemos que llegará un día en que sus propias obligaciones le impidan hacerlo, y que es lógico que vaya mientras pueda, ya que nosotros sólo podemos hacer coincidir un periodo de vacaciones, y no todos. Además, sabemos que, por su carácter, probablemente consigamos justo lo opuesto de lo que pretendemos, porque no acepta imposiciones gratuitas ni chantajes.

Imaginemos, entonces, que en uno de estos periodos de descanso, y habiendo decidido qué día se va a ir, ese día amanece, nos besa y nos dice que ha decidido retrasar su fecha de partida, pero la de regreso sigue en pie.



¡Dios, estoy exultante!, como si me hubieran hecho el mejor de los regalos, el más caro, el más vistoso.

Me siento genuinamente feliz.