lunes, 19 de octubre de 2009

La Dama

Conozco a una chica que no es lo que parece. Cuantas habrá con esa misma característica. Menuda, buen tipo, no muy agraciada pero tampoco feísima, aparentemente dulce, pero con destellos de tiranía. De esas que, en los momentos en los que bajo la capa de merengue artificial aflora su verdadero yo, te gustaría llevar a empujones al baño y ajustarle las cuentas. ¡Pequeña zorra!.



La imagino en el baño, mirándome con sorpresa, con expresión de fiera acorralada, oscilando entre el temor y la excitación,…la imagino excitándose involuntariamente ante mis insultos y humillaciones, la imagino dócil y complaciente a su pesar, al comprobar yo la humedad de su entrepierna, mientras la obligo a quitarse la ropa e inclinarse hacia delante, semidesnuda, ofreciéndome una visión perfecta de su culo y su sexo, para que yo, acercándola bruscamente a mi, y llamándola perra, le acaricie los muslos y el clítoris con ligeros movimientos circulares; la imagino gimiendo como la guarra sumisa que esconde, cuando acompaño esos movimientos con la introducción de los dedos de mi otra mano en su vagina, cada vez más fuerte, cada vez más rápido, hasta que su cuerpo cede y se desploma, sus jugos en mi mano, la cara de viciosa, mirándome confundida.

En ese momento, imagino que acerco mi cara a la suya, le beso los labios, lentamente hago rodar mis besos por su pómulo hacia el oído, en el que le susurro: “págame en consecuencia, esclava”. Así es como ella, extasiada, deja que agarre su nuca y la lleve hacia mi coño, mientras me siento cómodamente sobre la tapa del retrete, y lamiendo una y otra vez, como si de su última comida se tratase, me lleva al éxtasis.

Me levanto, le escupo, la insulto y me voy. Creo que a partir de ahora no me mirará del mismo modo. Creo que a partir de hoy me deseará y me odiará, a partes iguales.

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