Hasta hace bien poco, los cementerios se me antojaban sitios alegres.
Si, ya sé que puede parecer un contrasentido mezclar la muerte con la alegría, pero muchos de los cementerios que he visto tienen algo de pétreo pero poco de muerto. Hay callejuelas con césped, flores naturales, crespones, guirnaldas doradas de esas que si que son “para siempre”,…granitos y mármoles de distintos colores, piedras,cierta elegancia melancólica...y sobre todo inscripciones. No la típica de D.E.P. (si señores, R.I.P lo hacen los de habla inglesa), o “tu familia que no te olvida”, de un encanto previsible, sino las inesperadas.
Siempre me ha gustado leer las inscripciones. ¿Morbo?: no, curiosidad. Dicen mucho de lo que de trámite o personal tuvo el trance para la familia. Recuerdo vagamente cómo me sorprendió una de está inscripciones, en latín, en el cementerio monumental situado en la Plaza de los Milagros, en Pisa (si, en la plaza donde está la inefable Torre que desafía a la gravedad,...o a los geólogos,...o a los arquitectos, no lo tengo claro); me costaba lo mío traducir las inscripciones en la lengua muerta fuente de toda nuestra verborrea latina actual, y cuando descubrí el significado constituyó una revelación deliciosa; no recuerdo el texto exacto, pero venía a decir que el finado estaba en el inframundo, que era donde le correspondía estar, y de donde no debía haber salido nunca; esto, unido a que la placa estaba enlosada en el suelo,...
Uff, me costó mucho sofocar el ataque de risa, qué mala baba y cuánta inquina sostenidas durante sabe Dios cuánto tiempo para acabar poniendo eso en la lápida del muerto. Y digo yo, ¿no sería mejor habérselo dicho en vida?, porque ahora sólo existe para solaz de los curiosos, que al muerto le dará igual.
Hay otros cementerios, esos pequeñitos que rodean a las iglesias, esos de antes, que son una gozada, e incluso algunos modernos que no están nada mal.
Y luego están los metafóricos: esos me horrorizan. Mausoleos de mausoleos, con calles asfaltadas (así no hay que cuidar el césped) en cuyas veredas se sitúan cientos de nichos en columnas insultantemente iguales: misma piedra, misma inscripción, mismas letras, mismas flores de plástico,...triste y frío, y sobre todo, impersonal. ¿Qué habrán hecho estos pobres muertos para merecerlo?, porque, a mi juicio, esto es peor que la peregrina inscripción lapidaria (ay, no lo pude evitar). No sé si a algún arquitecto le dio de repente por aplicar el ideario comunista a los cementerios, pero se confundió y en la librería le dieron el alienante, fijo. ¿Cómo van a estar los muertos acompañados si el sitio resulta desagradable para los vivos?.
Felicitaciones, un paso más hacia la total falta de asunción de la muerte. Vamos a ver si la despersonalizamos y afeamos, para olvidar lo que es, en sí mismo, la evidencia de lo que somos: nada; una nada complicada, pero nada al fin y al cabo.
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